Ojo Cósmico

Ojo Cósmico
El ojo con el que yo observo el universo y el ojo con el que el universo me observa a mi son uno y el mismo.

lunes, 21 de diciembre de 2015

El Extraño Sonriente

    Desperté, la cabeza me daba vueltas y sentía un maldito dolor que me punzaba en el pecho, me senté sobre el suelo y un escalofrío envolvió mi cuerpo como si fueran pequeñas agujas apuñalándome, sentí náuseas y me percaté de como subía por mi esófago el vómito que ya empujaba mis labios apretados. Me giré y de mi boca salió apurado un líquido espeso de color ámbar que al impactarse sobre el suelo esparció un miasma por todo el lugar. Volví a sentir de nuevo aquel extraño escalofrío y un zumbido penetró mi cabeza, los ojos se me nublaban y mis músculos se acalambraron. Fue solo un instante, luego sentí en mí algo diferente. Era como una sombra que salía de mi pecho y se regaba por todo mi cuerpo, lo sentía recorrerme por dentro. Espesa y helada... ----->


    Miré a mí alrededor y me percaté que me rodeaba el bosque, los sonidos nocturnos me envolvían y podía sentir cada presencia cerca de mí. Los murciélagos sobrevolando el lugar, los gusanos retorciéndose en la tierra y aquel búho que me miraba extrañado. Comencé a sentir una presencia diferente a las demás, muy fría y densa como niebla y la envolvía un aura oscura. Se acercaba a mí muy lentamente, para que la notara. De pronto, los animales comenzaron a inquietarse y salieron huyendo despavoridos, y algo, en la forma en la que se asustaron, inspiró en mí un sentimiento de terror primitivo y sentí la urgencia de salir huyendo detrás de ellos, pero ya era demasiado tarde.

    La oscura presencia que se ocultaba detrás del árbol frente a mí salió a enfrentarme y entonces lo vi, tenía la piel muy pálida, me miraba curioso con ojos carmesí que reflejaban la luz de la luna.

    Veo que tu cuerpo aceptó deseoso mi regalo, –su voz era grave y profunda y poseía un timbre sobrenatural, su rostro adquirió un gesto amable y tranquilizador. Se acercó muy despacio hacia mí y con cada paso que daba mi corazón se aceleraba más y más, sentía deseos de salir corriendo, pero mi cuerpo apenas si reaccionaba. Tomó con su mano enguantada mi barbilla para observar mi rostro.– No te ves muy bien, –dijo un poco pensativo y a continuación comenzó a inspeccionarme como si estuviera buscando sígnos de alguna enfermedad. Abrió mi boca para revisarme los dientes, miró mis manos y uñas cuidadosamente y por último estudió con detenimiento mis ojos.– Todo parece estar en orden, pero hay algo en ti, algo que se me escapa, –entrecerró los ojos por un instante, se dio la vuelta y caminó con las manos detrás de su espalda en gesto pensativo mientras murmuraba algo tan rápido que sólo logré escuchar un siseo. Se giró con su acusador dedo índice hacía mí con gesto triunfal, pero sin decir nada bajó su mano y se acercó tanto a mí que su rostro quedó a centímetros del mío, cerró sus ojos y comenzó a inhalar grandes cantidades de aire por sus fosas nasales aspirando mi aroma y yo sólo desvié mi cabeza para evitarlo.– ¡Ah! lo tengo, –exclamó al fin, tomó mi rostro entre sus manos y continuó– ¿Cómo pude no verlo? Yo sólo he sembrado la semilla, pero tú debes regarla, y ¿con qué? Pues con el líquido vital, aquel vibrante rojo carmesí. Ven conmigo, –tomó mi mano y su tacto me hizo consciente del frío que apenas noté.– Te llevaré de caza, te mostraré los caminos oscuros que deberás seguir si deseas continuar con tú vida. –Dibujó en su rostro una cándida sonrisa y entonces vi sus alargados y canos colmillos. Sin darme tiempo para protestar, aquel extraño personaje salió corriendo tirando de mí. A duras penas podía continuar con su carrera pues era muy rápido y me llevaba casi arrastrando, intenté zafarme de su agarre, pero la presión que su mano ejercía era descomunal. Ante él, me sentía tan indefenso como un niño.

    Cuando se detuvo estábamos frente un enorme edificio abandonado hecho de concreto que apenas si podía sostenerse en pie. 

    –¿Dónde estamos? –miré a mi alrededor, el bosque seguía a nuestras espaldas y aquel endurecido y anciano gris se levantaba varios metros por encima de la copa de los árboles. Todas sus ventanas estaban bloqueadas con tablones o habían quedado abiertas como horribles heridas por donde entraba el viento nocturno recorriendo sus viejas y agrietadas venas y salía ya enrarecido llevando consigo extraños aromas, lo que me pareció era su aliento. Y su piel fracturada había perdido ya el color y en algunas partes sus muros habían sido profanados por horrendos grafitis.

    –Éste, –respondió señalando al agonizante edificio con su mano extendida– es el palacio de los marginados. –Complacido, me miró mostrando una exuberante sonrisa canina. Me rodeó los hombros con su pesado brazo y caminamos hacía la entrada que se conformaba por dos tabletas de madera que estaban abiertas de par en par.– A los condenados no les agradan las puertas cerradas. –Puntualizó, como si pudises de alguna forma, escuchar mis pensamientos.

    
–¿Qué hacemos aquí? –le pregunté mientras deambulábamos por las entrañas del edificio, pero mi acompañante me ignoró, tarareaba divertido una tonada, esto claro sin dejar de mostrar su gran sonrisa. Los pacillos estaban llenos de basura, había harapos, muebles destrozados, latas, botellas y desperdicios de todo tipo, claras señales de que el inmueble estaba habitado. Nos detuvimos en lo que parecía ser algún tipo de vestíbulo exactamente en las mismas condiciones de descuido y deterioro. El techo era alto, en el centro había una enorme fuente igualmente llena de basura y muebles rotos que parecía tener cierta cantidad de agua pues despedía un hedor a agua estancada además de fétidos aromas de heces humanas. Dispuestas por todo el lugar habían puertas desgastadas y justo frente a mí se encontraba una escalera que se abría en dos y daba a la segunda planta en donde también, habían de la misma forma, puertas. Habitaciones supuse.

    –Debes regar la semilla, –se giró hacia mí, su mirada penetrante me sobresaltó y noté como brillaban sus ojos de placer, daba la impresión estar disfrutando todo esto pues su pupila parecía bailar de la emoción– claro, eso si es que quieres que florezca –puntualizó sonriendo. Algo se movió muy trabajosamente en la recamara frente a mí y noté una pequeña y abultada sombra cruzar la puerta hacia nosotros y él se colocó detrás mío.– Deja que se acerqué a ti, –susurró– déjala entregarse a ti, siente su deseo y sacia tu ansia. Permite que la rosa negra florezca y marchite todo a su paso, en éste nuestro jardín salvaje.

    –¿Quién está ahí? –Una triste y desamparada alma se acercaba a mí, muy despacio, pero sin detenerse.– ¿Eres tú Ernesto? –Miré a mis espaldas esperando encontrar al extraño sonriente, pero a donde miraba no veía más que sombras y desperdicios.– Me alegro mucho de que hayas vuelto, te extrañé muchísimo. –La señora seguía acercándose más hasta que llegó a mí su desagradable aroma. Su ropa había dejado de estar limpia hacía ya algunas navidades y su pellejo despedía una pestilente mezcla de sudor rancio, sangre purulenta y suciedad. Estaba a punto de apartarla de mí cuando distinguí otra cosa en ella, algo que parecía encontrarse debajo de su piel. Era cautivante y seductora. 

    Ya frente a mí pude observar con detenimiento su gastado rostro lleno de arrugas y cicatrices, sus ojos se entrecerraban cansados pues los ecos de los recuerdos aún resonaban en su conciencia. El aroma de aquella vibrante sustancia ya inundaba mi sistema, noté su palpitar y mi cuerpo se dejó llevar bajo la especie de algún ensueño. Acerqué mi mano a su cuello y desenvolví su tiesa bufanda, toqué su rostro para hacer a un lado su cabeza y su tacto caliente sobre mi piel me estremeció, acerqué mi boca a su cuello e inhale fuertemente, mareado y desorientado hinque mis colmillos sobre su piel, la desamparada se sobresaltó al sentir el tacto agudo de mis caninos hundiéndose bajo su carne y soltó un gemido, tensó los músculos por un breve momento y al ceder se abrió la fuente de la vida, llenó mi boca un sabor electrizante y a cada trago mi cuerpo palpitaba con ansia. Sentía como me llenaba, atravesaba vibrante mis brazos y piernas llenándome de calor que cosquilleaba en la punta de mis dedos. Mientras la anciana se debilitaba mi cuerpo se saciaba con su vida y no me percaté de esto hasta que cayó de rodillas abatida y colapsó en el suelo, estaba muerta.

    Mi cuerpo se estremecía, palpitaba como un enrome corazón y el calor me rodeaba vibrante. Abrí los ojos y la oscuridad se había ido, podía ver perfectamente a través de la densa cortina de tinieblas, nada se escapaba de mi visión, los colores brillaban ante mí. Comencé a notar una diferencia que crecía muy rápidamente en mí, sentía como mi cuerpo se volvía cada vez más rígido y fuerte. Estaba ensimismado en mi sola existencia cuando escuché una estridente risotada que rebotó violentamente por las paredes del recinto seguida de aplausos que parecían explosiones. Me giré y lo vi sentado justo detrás de mí riendo enloquecido pues disfrutó de la función que había representado para él. 

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